Históricamente, hasta la revolución de octubre, el término comunismo tuvo diversas acepciones, pero siempre conectadas con el ideal de una sociedad sin clases, igualitaria, justa, libre. En la concepción de Marx designaba también el movimiento real hacia esa sociedad, tanto en la vertiente de las transformciones estructurales que la propia dialéctica del capitalismo engendraba como en la de la lucha social consciente. A partir de la revolución de octubre, el término comunismo es requisado por el partido y la ideología que protagonizan esa revolución. El comunismo pasa a ser la Internacional Comunista, y sus herederos, los actuales partidos comunistas. El comunismo se convierte en el horizonte de los regímenes sociopolíticos, llamados socialistas, que se edifican bajo el poder de esos partidos: es el futuro hacia el que se dirige el "socialismo real". El comunismo queda adscrito -y viceversa- a la ideología oficial de esos regímenes, llamada marxismo-leninismo, y a sus subproductos culturales. Recordar, reivindicar los antiguos atributos semánticos del término comunismo, es empresa vana frente a la abrumadora materialidad del comunismo contemporáneo.
No sabemos si en un futuro imprevisible esa rehabilitación de los valores originarios tendrá sentido, pero en el mundo actual comunismo significa gulag, supresión irreversible de las libertades individuales y colectivas, sociales y nacionales, poder absoluto, total, de una nueva clase burocrática; significa militarización de la sociedad, consagración de la mentira y el cinismo en las relaciones públicas, dogmatismo cultural y penuria económica; significa un peligro para la paz no menor que el representado por el imperialismo capitalista.
Es dierto que la credibilidad del comunismo contemporáneo no se ha agotado todavía en algunos sectores del movimiento obrero occidental o de los pueblos tercermundistas. Tampoco en algunos intelectuales (entre ellos, algunos latinoamericanos muy conocidos). La cosa puede explicarse, fundamentalmente, por una serie de hechos: el comunismo expropió a los capitalistas, se enfrenta con el imperialismo americano, ayuda a movimientos revolucionarios tercermundistas; el comunismo sacó a Rusia del atraso y la dependencia, mostrando así un camino a los pueblos colonizados por el imperialismo. Pero tras estos hechos, aparentemente unívocos, se oculta una realidad compleja que en las últimas décadas ha ido conociéndose mejor, aunque todavía sea incomprendida por los mencionados sectores. Es indudable, en primer lugar, que los capitalistas fueron expropiados, pero los medios de producción no pasaron a la sociedad, para que Ios gestionara democráticamente, sino al partido-estado que monopolizó dictatorialmente el poder, en un grado de monopolio no conocido ni siquiera bajo las dictaduras fascistas. El pueblo quedó privado de cualquier forma de representación o control (sindicatos, partidos, parlamentos, medios de comunicación). Las formas de explotación de los capitalistas privados fueron reemplazadas por las formas de explotación de ese "capitilista único" todopoderoso. Nació una nueva clase dominante nomenclatura) constituida por los agentes superiores de ese nuevo mecanismo (político-económico-ideológico) de explotación. En segundo lugar, este sistema sociopolítico se enfrenta, efectivamente, con el representado por el imperialismo americano. Pero no es un enfrentamiento entre socialismo y capitalismo, sino entre dos sistemas distintos de explotación del trabajo humano y de opresión de los pueblos. Dos sistemas distintos de explotación y opresión que se disputan la dominación mundial, a veces con enfrentamientos abiertos, a veces con compromisos. En tercer lugar, es cierto que Moscú ayuda a movimientos revolucionarios que chocan con el imperialismo americano, pero no es por motivaciones revolucionarias. Lo hace para debilitar a su rival mundial y para extender su propio sistema interno a otros países, aniquilando todo el contenido democrático y emancipador que podían tener esos movimientos durante su etapa autónoma. Los ayuda a liberarse de la dependencia del imperialismo americano para someterlos después a su propia dependencia. Cuba es uno de los ejemplos más flagrantes. En cuarto lugar, es innegable que la vía seguida a partir de octubre transformó a la Rusia atrasada y dependiente en la actual superpotencia. Pero este hecho sólo demuestra que la explotación y opresión del propio pueblo puede ser una de las vías de superación del atraso económico y de conquista de la independencia nacional. No era necesario llegar al siglo XX para comprobarlo, pero es indudable que Rusia ha proporcionado uno de los ejemplos más impresionantes. Lo que no puede ni debe hacerse -sobre todo no debe hacerlo un intelectual- es confundir esa vía con el socialismo.
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